El coronavirus es una enfermedad de nueva aparición que ha llegado a nuestro país para quedarse, al menos, durante unos meses. Como es bien sabido, sus orígenes se remontan al pasado diciembre de 2019, pero la gran interconexión de nuestra sociedad actual ha derivado en que llegue hasta nuestras puertas en un lapso temporal relativamente corto. Es por ello que muchos y muchas de nuestros conterráneos han desarrollado la patología, quedando obligados a tener que hacerle frente. En adición, más allá de la propia dolencia, la población española ha quedado confinada en sus sendos hogares con el fin de realizar una cuarentena preventiva que reduzca notoriamente la célere tasa de transmisión. Sea como fuere, hay que destacar que es responsabilidad de toda la comunidad española ofrecer una respuesta conjunta que ayude a mitigar sus efectos.
Siendo así, los psicólogos y las psicólogas no podemos ser una desafortunada excepción a esta tendencia positiva, y es por ello quedemos poner nuestros amplios conocimientos sobre la psique humana al servicio de la sociedad, tratando, así, de favorecer el esfuerzo conjunto. He constatado que se han elaborado diferentes guías psicológicas dirigidas a paliar múltiples manifestaciones de la enfermedad, como por ejemplo a la hora de realizar una cuarenta prolongado o en aras de organizar la vida diaria ante una situación estresante. No obstante de lo antedicho, he notado la ausencia de directrices sobre el afrontamiento de un diagnóstico positivo de COVID-19, y me propuesto – buscando hacer mi particular y modesta contribución – ofrecer una directrices al respecto. Por tanto, el presente documento pretende responder a una cuestión, según mi criterio, fundamental.